Me pregunto como sería mi vida si dijese todo lo que pienso... ¿sería mejor? o simplemente... distinta. Si cuando me pongo delante de este teclado pudiese escribir todo lo que pienso sin temor a lo que pensase la gente estoy seguro de que sería alguien distinto, mejor me arriesgaría a decir. Siempre he pensado que la sinceridad debe ir por delante, pero hasta cierto límite... claro, y ahora, ¿dónde ponemos el límite de lo que debemos y podemos decir?.


Creo que hay que ser bastante inteligente para saber qué decir y que es mejor callarse. Hay que saber qué es lo que le conviene a uno en cada situación explorando el terreno antes de lanzarse. Pues las palabras no son sólo palabras, a fin de cuentas, y con más frecuencia de la que creemos, son la vía de escape de toda la presión que acumulamos a lo largo del tiempo, y como tal en ellas ponemos algunas veces todo nuestro sentimiento sin pensar en las consecuencias. Con las palabras se ganan guerras, se cierran contratos, pero también se forjan amistades y de igual manera con palabras se pueden perder amigos para siempre. Podemos hacer feliz a alguien o sumirle en la más profundas de las miserias y sólo en nuestras manos está el saber como utilizarlas.

Entonces... ¿dónde ponemos el límite?

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